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Exportaciones y política económica


De igualdades y diferencias, exportaciones y política económica

Roque San Severino

Una vez la muchachada balmasedana superaba ese umbral de la madurez que separa la crueldad de la compasión, el cariño por Peru era unánime y definitorio de los atavismos de la Villa. Con su boina echada para atrás, sus pantalones de dril añil y sus abarcas recauchutadas, Peru era una presencia permanente en esa ágora de la vida pública balmasedana que es la plaza. Bajo los plátanos, observaba a la chiquillería jugar a la Vuelta a España con chapas, a las señoras salir de misa y a los obreros volver a casa, con la canariera del almuerzo en la mano, camino del chiquiteo.  A todos saludaba y de todos recibía contestación, dando fe de su propia existencia y relevancia en la cotidianeidad  de la Villa. Siempre contento, con una sonrisa permanente encastrada en la boca, sólo se lamentaba de no haber aprendido nunca a leer, a pesar de la buena voluntad de maestros,  voluntarios y curas. De él cuentan que un sábado, día de mercado, acudió a la plaza situada frente a la iglesia de los curas, que así se le llamaba antes de ser desacralizada y convertida en centro cultural, a comprar unas patatas por mandado de su madre. Cuando el casero le dio las vueltas, Peru insistió en recibir cinco monedas de duro, en lugar de una sola moneda de cinco duros. Por mucho que el aldeano le argumentaba que era lo mismo, Peru no daba su brazo a torcer, insistiendo en que no era lo mismo y reclamando sus cinco monedas de a duro. Finalmente, el aldeano le preguntó que por qué y Peru respondió que no era lo mismo porque, si le daba cinco monedas de a duro y perdía una, su madre le reprendería por haber perdido cinco pesetas. Por el contrario, si le daban una moneda de cinco duros y perdía una moneda, su madre le regañaría por haber perdido veinticinco pesetas y le dejaría sin postre una semana entera. Así, los motivos para observar diferencias entre realidades aparentemente iguales no son nunca baladíes  ni abiertamente desdeñables y, por el contrario, han de ser motivo de reflexión y, en consecuencia, determinantes de conducta futura.

Uno de los mantras, por no decir “slogans”, más insistentes, aunque no se sabe muy bien si exitosos, de la reciente política económica española ha sido que “España no es ni Grecia ni Portugal”.  Sin  embargo, más allá de lo más estrictamente evidente, poco se ha hecho por sustanciar esta afirmación. El argumento del tamaño diferencial de las economías de estos países con respecto a la española sólo es relevante a la hora de medir el esfuerzo requerido para evitar la caída o facilitar la recuperación de la misma, pero no es, de por sí, un argumento que pueda sustanciar la rotundidad de esa afirmación de diferencia. Para evidenciar esa afirmación, pretendida y comprensiblemente salvadora, es preciso ir más allá de cuestiones de tamaño, que siempre son relativas, para poner sobre la mesa rasgos que permitan sostener este argumento.

En este caso concreto, las diferencias más relevantes surgen del análisis de los sectores exteriores de las economías en cuestión y, si bien cabe recordar el elefantiásico déficit por cuenta corriente que, en 2008, llegó a registrar la economía española, no es menos cierto que ésta posee un rasgo diferencial, que, por otra parte, ya ha sido comentado en esta columna, pero que conviene traer, con nuevos criterios y argumentos, una vez más, a colación. Este rasgo diferencial es la constancia de la cuota española del comercio mundial. Es relevante pues, en un contexto de análisis de la capacidad de repago de la deuda, el potencial de generación de rentas exteriores a través de exportaciones determina, en gran medida, dicha capacidad pago.

Sin embargo, el simple contraste entre exportaciones y servicio de deuda arroja un dato puramente estático, pues las dificultades de pago suelen conllevar procesos de ajuste, invariablemente dirigidos a incrementar la capacidad exportadora de la economía en dificultades. Hasta aquí, todo es de libro y relativamente mecánico; sin embargo, el análisis se complica un tanto cuando este proceso lo lleva a cabo no una nación plenamente soberana en materia económica sino regiones de una misma unión monetaria, como es el caso de España, Grecia o Portugal. En estos tres casos, el impacto de la política de ajuste puede chocar frontalmente con la pérdida de competitividad resultante del proceso de homogeneización al alza de precios relativos, propio de la construcción de una unión económica.  Así, su potencial competitivo y capacidad exportadora se verán menguados y, por tanto, también sufrirá su capacidad para atender a sus obligaciones de servicio de la deuda externa.  Sin embargo, es aquí donde radica la diferencia que permite afirmar que España no es ni Portugal ni Grecia, pues la capacidad exportadora española se ha mantenido constante a pesar de la elevación de los costes laborales unitarios o de la evolución de los precios relativos. La pérdida de competitividad no ha afectado a la capacidad de la economía española para exportar y mantener su cuota de un mercado mundial creciente. Así, la sensibilidad de las exportaciones españolas ante variaciones al alza de sus precios es notablemente inferior a los casos de Portugal e Irlanda y (¡Oh, sorpresa!) comparable a la de Alemania.

Esta es una diferencia básica y referencial, cuya explicación se detalla en un reciente estudio de un prestigioso banco de inversión  . Este estudio concluye, tras un análisis por productos de la exportación española, que, dentro de la Eurozona, ésta es la que sufriría un menor impacto por efecto de una variación de los precios relativos y, en definitiva, de su competitividad. Así, las exportaciones española están determinadas por factores diferentes al precio y estrechamente relacionados con su composición, estructura sectorial y calidad. Esta es una nueva explicación de la estabilidad de la cuota de comercio española, a pesar del deterioro de su posición competitiva, por efecto de la evolución diferencial de su estructura de costes.

Esta realidad tiene importantes implicaciones desde el punto de vista tanto de estrategia como de formulación de las recetas de política económica aplicables a la presente crisis económica. Efectivamente, esta realidad estructural de la economía española resulta particularmente relevante, por cuanto parece haberse establecido el consenso entre los analistas consistente en que la estrategia europea de superación de la crisis se fundamenta en un “export led growth”, esto es, que el impulso fundamental de la demanda agregada, necesario para superar la actual fase de estancamiento, vendrá a través de un aumento de las exportaciones. La experiencia alemana es, en este mismo sentido, determinante, pues han sido las exportaciones el principal motor de la reciente capacidad de la economía alemana para sobreponerse al estancamiento y comenzar un vigoroso crecimiento.
Así, la política económica española no puede obviar esta fortaleza de su sector exterior y, nuevamente, como ya ocurrió en la crisis de 1992, las exportaciones han de ser el componente básico de la estrategia de reactivación de la demanda agregada, pues es el factor, demostradamente, más estable y, paradójicamente, menos sensible al proceso de pérdida de competitividad que caracteriza a la economía española. La experiencia de los sucesivos paquetes de gasto público, centrados, básicamente, en el estímulo del consumo, demuestra que una parte importante de su impacto se ha filtrado al exterior, por vía de importaciones, reduciendo su impacto sobre el sistema productivo español y, por consiguiente, sobre el empleo. Este es el problema de la aplicación de las fórmulas estrictamente keynesianas, no ya en el marco de una economía abierta sino en el ámbito de una región de una unión económica y monetaria que, como se ha argumentado, es lo que, en realidad, es, económicamente, España.

Por otro lado, ya con un criterio instrumental, es preciso reconocer que esta realidad del sector exportador español es, en gran medida, el resultado de la exitosa política de promoción del sector exterior de nuestra economía, desarrollada a lo largo de los, prácticamente, últimos 25 años. Esta política ha estado, sistemática e históricamente, sesgada a favor de las industrias menos sensibles al factor precio como son los bienes de equipo y los productos intermedios, los componentes que, conforme al estudio mencionado, dan solidez a la oferta exportadora española ante variaciones en los precios relativos y alzas de los costes laborales. Buena prueba de ello es tanto la política de promoción desarrollada por el ICEX, que ha tenido, durante bastantes años, su “producto estrella” en las Expotecnias, esto es, ferias en el exterior centradas, precisamente, en bienes de equipo y productos industriales; como la política de fomento financiero de las exportaciones, que, tras la desaparición del crédito al capital circulante, ha centrado sus esfuerzos, nuevamente, en la financiación de la exportación de bienes de equipo.

Con esta perspectiva, se ha de extraer una importante conclusión para el diseño de futuros paquetes de política económica como es que el sector exterior de la economía española ya no es, desde el punto de vista de las exportaciones, un elemento residual e inducido que responde, de manera cuasi-automática, a la necesidad de dar ocupación al exceso de capacidad instalada ante recesiones de la demanda interna. En otras palabras, ya no es un recurso de última instancia en el que se apoyan las empresas españolas para cubrir las caídas de la demanda de sus clientes interiores y ello porque, en ausencia de cualquier opción devaluatoria, la reducción del precio pasa por el estrechamiento de márgenes, ya, de por sí, bastante comprimidos tras tres años de crisis sostenida. Por consiguiente, cualquier estrategia de reforzamiento de la demanda agregada a través de las exportaciones exige, irremisiblemente, una continuidad en la inversión pública en instrumentos de promoción de las mismas.
Una de las lecciones básicas de la presente crisis económica, la primera que se desarrolla en un contexto estructural diferente, caracterizado por la apertura del mercado español y la pérdida de soberanía en materia económica, es que no todas las políticas de estímulo de la demanda por vía del aumento del gasto público tienen, de manera automática, lineal y causal, efectos contracíclicos. La inversión en instrumentos públicos de fomento de las exportaciones pertenece, como vemos para el caso español, a la categoría de las que sí los tienen.

Así, a la vista del rasgo diferencial de las exportaciones españolas, frente a las de otros países en dificultades financieras, y, en consecuencia, del previsible éxito  de políticas de inversión pública en fomento de la internacionalización de nuestras empresas, es necesario concluir que, al fin y a la postre, el bueno de Peru tenía razón cuando decía aquello de “no es lo mismo”.