Las dos salidas del pueblo: la crisis crediticia
Roque San Severino
Todos los pueblos tienen sus personajes que responden a arquetipos, En Balmaseda, Villa conocida como “la gotilla” por su afición a los vinos que comerciaba Anastasio, el borrachín oficial era Nino, que doblaba esfuerzos como pintor de brocha gorda. Siempre le recordaré con su nariz roja y su boina ladeada, asomándose por la ventana de uno de los bares de la interminable ristra que ocupa la Calle Bajera. Cuentan que, en una ocasión, a la altura del puente del Celemín, Nino, tambaleándose por efecto de la última melopea, se tropezó con una de las muchas “Celadillas”, hijas del farmacéutico del pueblo, D. José Alonso de Celada, inventor del anestésico JAC, en su día, de gran proyección comercial en América del Sur. Ésta le saludó y le preguntó, preocupada por su estado: “¿Adónde vas?”. Nino, se apoyó en el pretil del puente y le contestó que “A Mena, andando, para ver si se me baja la chispa que llevo”. La interfecta contestó, no sin cierta ironía: “Pues ya será algo más que una chispa, porque, de las dos salidas que tiene el pueblo, ésta es la que lleva Bilbao”. Las crónicas de la Villa cuentan, entre sonrisas, que, con gran dignidad y aplomo, Nino se dio la media vuelta, como emprendiendo el camino a Mena, aunque, entrando por la calle Correría, se refugió en la casa de su madre, para dormirla.
Las crisis financieras también tienen, únicamente, dos salidas y, cuando el “credit crunch” es manifiesto, siempre comienzan las discusiones sobre su naturaleza: que si liquidez o de solvencia, que si galgos o podencos, que si Mena o Bilbao. En la presente crisis económica y financiera, la realidad ha superado, con extraordinaria rapidez, estas sutilezas analíticas, exponiendo la capacidad de los poderes públicos modernos para la creación de liquidez, dando, en el caso europeo, una respuesta rápida y relativamente eficaz a la demanda de liquidez por parte de la banca. Esto ha permitido, en gran parte, aislar a la zona Euro de las dificultades que, en similares circunstancias, han experimentado otras bancas. Los efectos últimos de esta extraordinaria ola de liquidez están aún por ver, pero lo cierto y verdad es que, en primer lugar, ha facilitado la superación de la vertiente bancaria de la crisis económica y, a la vez, ha expuesto la vertiente real de esta crisis, al evidenciarse que dicha liquidez no se ha traspasado, bajo la forma de créditos, a la actividad productiva. Este hecho pone de manifiesto un fenómeno de dualidad de la economía capitalista moderna, por la que la realidad de liquidez del sector financiero no tiene porqué corresponderse con una realidad paralela en el sector real.
Esta dualidad, por otra parte ya conocida, obliga a preguntarse cuál es la membrana osmótica que controla el paso de una vertiente de la economía a otra. Invariablemente, la teoría financiera acude en nuestra ayuda, apuntando que es la variable riesgo la que determina dicho traspaso. Así, en el actual momento de incertidumbre y de reconocida capacidad de sobreproducción, en tanto el ajuste está teniendo lugar en el sector real, el sector financiero prefiere limitar su riesgo. Esto explica el actual fenómeno de “crowding out” que, en gran medida, registra la economía europea, por el que la banca acude a las subastas del Banco Central Europeo, pagando el 1%, para, a continuación, invertir dichos recursos en deuda pública y ganar un 4%, en tanto que el sector privado es receptor de una parte mínima de estos recursos crediticios generados por la iniciativa de las autoridades monetarias, a pesar de que la inversión en la actividad privada podría reportar a la banca una mayor rentabilidad. En estos momentos, el problema no es de liquidez; esta fase ya ha quedado superada. Ahora el problema de la reactivación de la economía real es uno de riesgo.
Las autoridades políticas han reaccionado tirando de manual; pero, ahora, parecería que al libro le faltan páginas. La historia de éxito de la economía de la intervención pública que, en gran medida, supuso la solución a la Gran Depresión del 29 estaría incompleta si no se interpretara en paralelo al esfuerzo económico consustancial a la Segunda Guerra Mundial. Estas son las páginas que le faltan al manual keynesiano, por otro lado, a Dios gracias.
Si la espita que, en estos momentos, regula el flujo de la liquidez acumulada en el sistema financiero hacia el sector real de la economía es el riesgo, la lógica intervención de las autoridades económicas sería establecer las condiciones que aminoraran o compensaran dicho riesgo. Este planteamiento, inevitablemente, conduce a la conclusión de que, si el sector financiero continúa apreciando el riesgo público, como lo demuestra el fenómeno de “crowding out” antes descrito, la intervención más lógica sería la de traspasar al sector real la calidad del riesgo público; esto es, en román paladino, que el Estado proporcione a la banca la garantía del Estado en las operaciones crediticias que realice con el sector real de la economía.
Desde un punto de vista más local, resulta evidente que el verdadero problema de las múltiples líneas estructuradas por el ICO y que, aparentemente, no han funcionado como se esperaba, no es la falta de personal; por otro lado, reducido en fechas recientes. La esencia del problema es que la inyección de liquidez adicional no se corresponde con la demanda del sistema para la realización de operaciones crediticias. El Estado puede continuar con esta política de bombear recursos al sistema financiero con el fin de atender a la demanda crediticia; pero, en las actuales circunstancias tan sólo conseguirá anegar más al agente financiero del Gobierno; pues éste, a su vez, no encuentra demanda suficiente por parte de la banca que, conforme al sistema actualmente en vigor, ha de apechugar con el riesgo de la correspondiente operación crediticia minorista y a lo que no parece estar dispuesta.
En estas circunstancias, caben dos soluciones: liarse la manta a la cabeza y recrear la banca pública, lo que no deja de tener sus partidarios, o aprovechar los instrumentos e instituciones existentes, adaptándolos, si fuese preciso, para dar a esta crisis la respuesta que, en verdad, exige. Desde este punto de vista, la redefinición de los riesgos que CESCE, como compañía con capital mayoritariamente público, puede cubrir por cuenta del Estado, para incluir riesgos interiores que, en estos momentos, no asume el mercado y la ampliación de los correspondientes límites presupuestarios de contratación e indemnización, puede ser una importante baza, un instrumento por la que los poderes públicos pueden facilitar la afluencia de recursos crediticios a la actividad productiva, a través del control determinante de este paso que, como hemos visto, es el riesgo.
Ante esta propuesta, no faltarán los que se rasguen las vestiduras y se froten ceniza en la frente, a la vez que elevan los brazos al cielo y claman y se lamentan por la herejía que acaban de escuchar. Sin embargo, más allá de las reacciones puramente instintivas y, por definición, insuficientemente caviladas, lo cierto es que, desde tiempos inmemoriales, éste es, al pie de la letra, el mecanismo que permite el funcionamiento del llamado crédito a la exportación con apoyo oficial. En estas condiciones, parece racional preguntarse porqué parece tan legítimo estimular la demanda extranjera por este medio y, a la vez, se considera tan heterodoxo hacer exactamente lo mismo con la demanda interna en momentos en que ésta flaquea peligrosamente. En otros términos, cabe cuestionar porqué resulta tan racional estimular la demanda agregada a través del fomento de las exportaciones, como hace el seguro de crédito a la exportación, y porqué se tacha de irracional el fomentar, por exactamente la misma vía y con los mismos efectos presupuestarios, el consumo y la inversión interior,
Por otro lado, es importante tener en cuenta que esta propuesta tiene dos ventajas adicionales. Para la banca, este mecanismo permite continuar con su política de inversión en activos financieros públicos, pues ese efecto tendría el seguro por cuenta del Estado de sus créditos, a la vez que le permite continuar manteniendo y atendiendo a su base de clientes. Desde el punto de vista el Estado, este tipo de apoyos no se traduce en mayor déficit público; la extensión de seguro de crédito por cuenta del Estado es un simple cambio en la posición activa del Estado y, en consecuencia, no computa como gasto público. Sólo las indemnizaciones pagadas a los asegurados en caso de siniestro tienen la consideración de gasto público, cuando éstas se materializan y si, finalmente, lo hacen.
Una correcta interpretación correcta de una realidad irremisible e irremediablemente cambiante es la condición previa para la formulación de propuestas de política económica. En esta fase de la crisis, posiblemente convenga reflexionar, de nuevo, sobre los verdaderos motivos y circunstancias financieras de porqué el crédito no fluye hacia el sistema productivo. Refugiarse en la idea o prejuicio de la insolidaridad de la banca es, sencillamente, no comprender que el verdadero negocio de los bancos no es tomar depósitos sino, precisamente, dar créditos y muy apremiantes han de ser las circunstancias para que un empresario considere más beneficioso no ejercer su negocio que hacerlo. Comprender correctamente las variables que determinan esta decisión y tomar las medidas de política económica consecuentes es, como en el caso de Nino, sencillamente, no equivocarse en cuál es la salida del pueblo que uno, verdaderamente, quiere tomar.