España y la nueva arquitectura financiera internacional
Las fotografías de Rueda y la nueva arquitectura financiera internacional
Roque San Severino
En el cantón, que así se llama en Balmaseda, que hay entre la peluquería y la sucursal del entonces Banco Hispanoamericano, al fondo y a la derecha, se situaba el estudio de Rueda, fotógrafo local que ha inmortalizado el escocido trasero de generaciones enteras de críos de la Villa. Su figura oronda y cabeza baldía de pelambrera alguna corría en la iglesia, pasillo arriba y pasillo abajo, en todo bautizo, comunión o boda. Siempre con dos o más cámaras al cuello y con la única mano que tenía, se las apañaba para rebobinar, enfocar y disparar y así dejar constancia para la posteridad de los eventos y hechos de la vida social de la villa. En si, estos hechos pueden parecer intrascendentes por convencionales; pero, en su conjunto, reflejan la realidad coral de un pueblo que, por maldición bíblica, sufre el ciclo entrópico de la inexorable biología. Todos reflejados y preservados en emulsión de plata. La importancia de una fotografía.
El reciente proceso electoral norteamericano, entre muchos méritos y efectos colaterales, ha supuesto una oportunidad para aproximarnos, siquiera de manera virtual, a una importante dimensión del “american way of life” y conocer, sin, por una vez, enjuiciar, la manera en que los ciudadanos de aquel país conciben y ejercitan su particular concepto de la democracia. Sin embargo, la intensa movilización mediática transmite una señal equívoca, que no equivocada, acerca de la auténtica relevancia del espectáculo al que asistimos. Más allá de la fanfarria roja, blanca y azul y de los incontestables hechos históricos que hemos evidenciado, no es menos cierto que la relevancia política, tanto interna como externa, de la Presidencia norteamericana ya no es lo que antaño fue y ello, básicamente, porque EE.UU. ya no es lo de antes, en la medida en la que el mundo en que se mueve ha cambiado.
Como se ha indicado, EE.UU. hoy fundamenta su incontestada hegemonía sobre dos pilares básicos como son su indudable superioridad militar y la inmutabilidad de una estructura política multilateral que, a su vez, es reflejo de una época caracterizada por una hegemonía norteamericana cimentada en un poderío no sólo militar sino también económico, cultural, tecnológico, político y, en gran medida, moral. Hoy, la superioridad militar es de dudosa utilidad, en la medida en que la guerra, en su concepción clásica, se ejerce entre estados nación y con un objetivo de ocupación. Los riesgos de violencia no surgen, en nuestro mundo actual, de estados nación sino de entes supranacionales y las sociedades modernas carecen de voluntad política para sostener un ejercicio de ocupación prolongado. Por otro lado, la crisis que nos azota ha puesto en evidencia que uno de los pilares básicos de la sociedad multilateral que surge después de la Segunda Guerra Mundial, el económico y financiero, precisa de una completa renovación, que, sin duda, reflejará un nuevo esquema de distribución de poderes e influencias. Estos dos hechos determinan y demuestran que el mundo evoluciona en una senda contraria al de la confirmación del poder hegemónico norteamericano y la importancia del reciente proceso electoral norteamericano radica en el hecho de que la sociedad de aquel país, precisamente, ha ratificado esta evolución, habiendo podido optar, nuevamente, por el excepcionalismo o el aislacionismo.
En definitiva, no parece exagerado decir que el mundo se enfrenta a una encrucijada novedosa y de destinos inciertos, pues, aunque no se trate de “refundar el capitalismo”- la capacidad teatral de los políticos de profesión, ocasionalmente, se les va de las manos- habrá que afrontar la tarea de reconstrucción de, al menos, una parte del entramado institucional multilateral sin contar, en esta ocasión, con un poder hegemónico que ejerza un claro liderazgo y en un contexto de clara crisis de fe en la solución multilateral. Dicha crisis de fe viene determinada por la, de momento, ineluctable falta de legitimidad democrática de las instituciones multilaterales y por la posible tentación aislacionista que, como un instinto reflejo, surge en las sociedades y que tiene su primera manifestación en el proteccionismo comercial que ya acecha.
En consecuencia, a diferencia de las experiencias vividas en Bretton Woods y en San Francisco hace ya setenta años, lejos de ser un acto puntual, resultado de procesos previos más de adhesión que de negociación, el ejercicio de reconstrucción de la sociedad multilateral resultará de un proceso extendido en el tiempo y será producto de negociaciones que intentarán reflejar la actual distribución mundial del poder. Por esta misma razón tiene una importancia estratégica que España participe, desde el principio en este proceso. Así, a pesar de los pecados, errores o ausencia de política exterior; de la tradicional confusión entre política exterior y diplomacia, entre estrategas y “practioners”, entre relaciones e intereses; de las insuficiencias de nuestro servicio exterior y de nuestro inveterado e insuperado miedo al abismo, es necesario que nuestro país participe en este proceso.
Sin embargo, esto no es fácil, entre otras muchas razones, porque estar sin aportar obraría, seriamente, en contra de la credibilidad misma de nuestro país como partícipe activo en la nueva configuración del mundo. Por este mismo motivo, además de intentar ser un convocado más a la cita del 15 de noviembre en Washington, el Gobierno español tiene la obligación de desarrollar todo un ejercicio de reflexión que responda, básicamente, a las siguientes preguntas, como eje básico de un instrumento de regulación financiera internacional:
1. ¿Cuáles van a ser las variables económicas objeto de control de la nueva arquitectura financiera internacional?
2. ¿Cuáles serán los medios financieros, informativos y de disciplina que se aportan y construyen para materializar dicho control?
3. ¿Cuáles serán los mecanismos y procedimientos de decisión? ¿En definitiva, cuál será el nuevo reparto de poder financiero mundial?
Así, parece imperativa y urgente la convocatoria de una “task force” que intente dar una respuesta anticipada a estas y otras preguntas que surgirán en el proceso de negociación. De lo contrario, nuestra presencia será fotográfica y mediática, pero, estrictamente testimonial y, a la larga, estéril, con lo que ello implica de coste, en términos de capacidad futura de influencia real en un entorno internacional que todo lo apunta en el activo o en el pasivo, con mármol y cincel. A su vez, dicha “task force” también debe reflexionar acerca de los cambios internos de la Administración y de las políticas sectoriales españolas consustanciales a esta nueva realidad internacional a cuya construcción pretendemos aportar. Así, habrá que contar con planteamientos básicos que abarquen desde la reconsideración de los mecanismos de decisión y diseño de la política exterior, hasta la reforma del servicio exterior; desde la reformulación de la Ayuda Oficial al Desarrollo, hasta los nuevos límites de la política económica y financiera.
Cuando, hace unos meses, ETA hizo estallar una bomba en la sede del PSOE, en la calle de la Estación o, para mejor ubicación, junto a la casa de Chirimbola, me atropelló la idea de cuantas de las personas afectadas habían sido retratadas, en una u otra circunstancia de su vida, por Rueda. Cuantas dejarían constancia de su paso por este valle de lágrimas gracias a Rueda. Cuantas dejarían un recuerdo para sus allegados y deudos merced a una fotografía de Rueda. Afortunadamente, no hubo víctimas mortales, pero caí en la cuenta de que si la importancia de una fotografía es mucha, más lo es su sustancia: el cariño y el recuerdo que concita. Lo mismo se puede decir de la presencia española en la próxima conferencia sobre el futuro de la estructura financiera internacional.