Una primera propuesta de política microeconómica
Roque San Severino
La novedad siempre entraña importantes riesgos que, invariablemente, recaen sobre quien la propone. No es la vena artística por donde fluye más sangre balmasedana, aunque casos de cabezas laureadas de mimados por las musas no faltan, como hemos venido desgranando en estas crónicas. No obstante, si hay una muestra artística de la que la cabeza de las Encartaciones, en su conjunto, puede mostrarse orgullosa, esta es la Pasión Viviente que, cada Semana Santa, en una producción coral y plural, llevan a cabo los hijos de la villa. Sin embargo, no es esta la hora de glosar las glorias y atractivos de esta representación sino de reflexionar acerca de los cambios que la innovación impone sobre la tradición. Cada una de las escenas de esta Pasión Viviente se denomina paso y, hace ya algunos años, se decidió introducir uno nuevo: Judas Iscariote ahorcándose de un árbol, en remordimiento de su traición. El ciudadano que representaba este papel, en el campo de las Monjas, se alzó sobre el poyete que enmarca dicha plazuela, lanzó una cuerda sobre uno de los plátanos que la dan sombra, la amarró y se lanzó al vacío, a imitación del infausto traidor, con la mala suerte de que, habiendo apretado mal el nudo, fuera a dar con sus huesos sobre el adoquinado. Tras una sonora blasfemia, que, en el respetuoso silencio que abruma la representación, todo el mundo alcanzó a oír, lo intentó de nuevo con similar resultado y blasfemia aún más florida y muy propia del pago. Sólo al tercer intento logró el objetivo de balancearse suspendido de la cuerda simulando un ahorcamiento. Al día siguiente, por supuesto, el incidente era la comidilla de todas las cuadrillas de chiquiteo por la senda de los elefantes de la calle Bajera y no tardó en plantearse la pregunta de si, a la vista de los resultados, dicho paso volvería a repetirse al año siguiente. Sin embargo, con no poco arrojo, los responsables decidieron mantener tanto el paso como al protagonista y hoy, al cabo de los años, somos pocos los que recordamos que, en su día, supuso una innovación sobre una tradición que tiene ya dos siglos.
No hace mucho tiempo, los poderes públicos europeos alcanzaron la conclusión de que los tiempos habían cambiado y que las novedades se hacían imprescindibles. El argumento de la iniciativa económica subsidiaria del sector público, que sustentó la inversión pública en sectores de cabecera industrial tras la Segunda Guerra Mundial, se agotaba, a la vista tanto de la nueva capacidad del sector privado para emprender dichos proyectos como de las consiguientes distorsiones en la competencia y en el sector exterior generadas por muchas de estas empresas públicas. Es el momento de las privatizaciones y de un giro copernicano en la actividad inversora empresarial del sector público, donde pasa de sustituir al sector privado a promover su inversión en sectores de mayor riesgo a través de instrumentos, por ejemplo, de capital riesgo.
El ámbito internacional de la economía no es una excepción a este criterio evolutivo. Desde la constitución de empresas comerciales de carácter público, concebidas como instrumentos de promoción de la exportación de unas empresas españolas, tradicionalmente, muy volcadas en el mercado interior, dicha evolución se manifestó en la generación de mecanismos que permitieran la expansión internacional de las empresas españolas, a través de la inversión directa en el exterior, mediante instrumentos públicos de coinversión en condiciones de capital riesgo. A su vez, a lo largo de la última década, estos instrumentos han evolucionando, incrementando su capacidad de inversión y sofisticando sus mecanismos de análisis, de manera que pudieran atender a operaciones crecientemente complejas y a nuevas naturalezas de riesgo. Desde este punto de vista, esta evolución constituye una historia de éxito, pues es una muestra de una adaptación eficiente de los instrumentos a las necesidades cambiantes de las empresas y de la propia economía española.
Con este mismo criterio, parece necesario preguntarse si no sería positivo contemplar la posibilidad de una nueva evolución de los instrumentos financieros de que dispone el sector público, con vistas a dar respuesta a algunas de las limitaciones y problemas más actuales de la economía española. Cabe plantearse si cabe un nuevo paso en nuestra procesión.
Concretamente, uno los rasgos recientes más sobresalientes de la economía española es la dificultad para la captación de inversiones extranjeras directas. Si bien este rasgo no tiene las implicaciones financieras de antaño, en la medida en que nuestra pertenencia a la Unión Económica y Monetaria asegura la financiación automática del déficit de Balanza de Pagos, sí tiene profundos efectos sobre el sector real de la economía, ya que dicha inversión productiva extranjera es una fuente de competencia, innovación y, en definitiva, de competitividad. Por este motivo y más allá de la situación específica de la balanza española por cuenta corriente, hoy gravemente deficitaria, la captación de inversión extranjera directa debe ser un objetivo de la política económica española. En este contexto, parece responsable plantear la cuestión de si, complementariamente a las actividades de información que desarrolla, en el ámbito de la Administración Central, la sociedad pública Interés, cabría la aplicación, con criterio selectivo, instrumentos financieros a este objetivo de política económica.
Concretamente, parecería cabal la inversión pública en condiciones de capital riesgo en aquellas iniciativas de inversión extranjera directa que contribuyeran a los anteriormente mencionados objetivos de competitividad e innovación. Un reciente cambio normativo condiciona el apoyo público a través de determinados instrumentos a la existencia de un “interés nacional” de la operación objetivo de dichos apoyos. Desde este punto de vista, es difícil imaginar mayor “interés nacional” que la captación de inversiones extranjeras que aporten tecnología, innovación y capacidad competitiva.
Pero, si este objetivo parece deseable, hay que agregar que también es posible, pues España cuenta ya con los recursos financieros y, sobre todo, organizativos que pueden hacer posible esta labor. En concreto, ya existe una institución pública con capacidad para analizar y gestionar inversiones de capital riesgo, con una gran amplitud de importes, bajo fórmulas contractuales de gran complejidad y en un entorno internacional, para lo cual ya cuenta con una incipiente red exterior. Esta institución es COFIDES, que tanto por cuenta propia como por cuenta del Estado, a través del Fondo para Inversiones Exteriores que gestiona, se ha eregido en una de las entidades públicas gestoras de capital riesgo más importantes de Europa. De nuevo, no parece descabellado ni complicado que se ampliara el mandato con que opera dicha compañía para abarcar la inversión en compañías que, bajo los términos y condiciones que explicitaría dicho mandato, invirtieran en España, contribuyendo a reducir el riesgo financiero de aquellos y dotando a la inversión en España de una ventaja diferencial. Por otro lado, la experiencia operativa y la potencia del “back office” de COFIDES aseguraría una rápida puesta en marcha de esta iniciativa.
Desde el punto de vista de lo que en la jerga se denomina “originación”, esto es, la identificación y captación de operaciones susceptibles de inversión a través de este instrumento, el apoyo de otra sociedad pública, como es la mencionada Interés, puede ser de una enorme eficiencia.
Desde estas mismas líneas se ha venido manifestando con cierta insistencia que la presente crisis económica cuenta con un rasgo diferencial de enorme importancia como es la subyacente inevitabilidad del cambio del modelo de crecimiento. Desde este punto de vista, las tradicionales políticas macroeconómicas, planteadas por el lado de la demanda, tendrán que verse acompañadas por una pléyade de iniciativas microeconómicas que contribuyan a apuntalar el mencionado cambio de modelo económico. La que aquí se expone puede ser una de dichas medidas, encaminada, en este caso, a la financiación y compensación, mediante la captación de capitales e inversiones productivas, del déficit de la balanza por cuenta corriente y a fomentar la dotación tecnológica, innovadora y competitiva de la economía española.
La costalada de Judas Iscariote en el Campo de las Monjas fue contemplada por un público a medio camino entre la sorpresa de la novedad y la estupefacción del aparatoso resultado. Pero, por cómico que pudiera parecer la situación, en el silencio de aquella mañana lluviosa, embarrada y pavonada de Jueves Santo balmasedano, no se oyó una carcajada; ninguna boca esbozaba, siquiera, una sonrisa. Todos los presentes, de manera espontánea, supieron apreciar el esfuerzo que suponía sobreponerse a la pereza que acuna la tradición.