España: la reforma del sistema de financiación de exportaciones
El quiosco del frontón y la reforma del sistema español de financiación de exportaciones
Roque San Severino
Yo sólo conocí una ruina. En alto y rodeado de una corona de espinas formada por hierros oxidados y retorcidos. A los chavales del pueblo, en sus juegos, servía de remedo de castillo, objeto de defensas y asedios; pero ya no respondía a su razón de ser. Nunca lo vi como origen y resonancia de pasodobles y otras músicas de banda municipal. El quiosco de música del frontón yacía enhiesto sobre su basamento de piedra y, por lo demás, desvencijado y sin techumbre, a la sombra de los inmensos plátanos. En Balmaseda siempre hubo afición a la música, pero ésta se tenía satisfacer en la Plaza, a la sombra de plátanos más recortados, o al modo de pasacalles, Correría abajo y Bajera arriba, y, a todo esto, el Consistorio sin decidirse si lo conveniente era trasladar, reconstruir o derribar el quiosco. Mientras tanto, éste acumulaba herrumbre y una cierta altanería, como metáfora de los mejores tiempos que otrora conociera la Villa.
La más superficial encuesta sobre las necesidades de la internacionalización evidencia que las empresas, ante todo, reclaman soluciones para sus necesidades de financiación de exportaciones. La sequía del mercado interbancario, para operaciones de medio y largo plazo, y el vertiginoso aumento de las cadenas de fallidos, en el ámbito del corto plazo, han devuelto al comercio internacional a la cruda realidad del crédito y de la deuda, ocultada, durante prácticamente, una década, por los océanos de liquidez que nos emborracharon a todos. Las restricciones que, en el mundo occidental, está sufriendo la financiación de exportaciones está detrás de una buena parte de la reducción del comercio mundial denunciada por la Organización Mundial del Comercio en su último informe anual.
Así, el contexto en que nos encontramos viene, en gran medida, dibujado por un juego de restricciones acumulativas:
1. La activación del componente exterior de la demanda agregada es imprescindible para superar la actual crisis económica, particularmente, a la vista de que determinados países continúan registrando notables tasas de crecimiento.
2. Esta demanda potencial exige una importante oferta complementaria de paquetes financieros.
3. En la actual coyuntura-estructura de los mercados financieros, esta oferta complementaria sólo se puede articular a través de la intervención pública.
4. Las restricciones que operan sobre los presupuestos de los países desarrollados puede, en un análisis precipitado e instintivo, dificultar la articulación de esta oferta financiera complementaria y reforzadora de la capacidad exportadora.
Esta suma de limitaciones de política económica obliga, necesariamente, a plantearse la continuidad de la actual arquitectura en materia de financiación de exportaciones con apoyo oficial. Dicha arquitectura tiene dos dimensiones claramente diferenciadas. La primera, de carácter internacional, hace referencia a la normativa internacional en materia de financiación de exportaciones, esto es, al marco jurídico que han acordado las naciones para limitar la competencia internacional en materia de crédito a la exportación. Dicho marco jurídico se corresponde, básicamente, con el llamado Consenso de la OCDE. A este respecto, es preciso recordar que el actual entramado fue construido en años de bonanza, en momentos en los que la liquidez internacional aseguraba la financiación del comercio internacional, en gran medida, al margen de la oferta pública y del apoyo oficial. Sin embargo, éste es un mundo que fue y ya no es; una realidad pasada y no se corresponde con la verdad cotidiana actual. Por consiguiente, parecería lógico que los Estados se reunirán y actualizarán el vigente marco normativo en materia de apoyo oficial a la financiación de exportaciones a una realidad que, aparentemente, va a permanecer con nosotros durante bastantes años. Las tímidas modificaciones operadas en enero de 2009 no pasan de ser un movimiento temerosamente vergonzante, cuando lo necesario es debatir elementos de fondo como el carácter contracíclico del seguro de crédito a la exportación, diseñar una nueva estructura de plazos y calendarios de amortización de los créditos y un nuevo papel para los créditos de ayuda ligada, como recomienda Krugman, ahora que las fuentes de financiación de los países en desarrollo se han secado.
La segunda dimensión es puramente interna y consiste en plantear y debatir si la actual estructura institucional del crédito a la exportación en España responde, por un lado, a nuestras necesidades y, por otro, a un criterio de máxima eficiencia. En primer lugar, hemos de plantearnos todos: poderes públicos, empresas y sistema financiero, si una Ley del año 1970, con más de 40 años a cuestas, puede continuar siendo el espinazo del sistema de seguro de crédito a la exportación; si una Ley del año 1983 y un Decreto de diez años más tarde pueden continuar siendo el fundamento organizativo básico del sistema de ajuste de intereses en operaciones de crédito a la exportación o si la reedición del Fondo de Ayuda al Desarrollo, con todos sus defectos y virtudes, que, de hecho, supone la reciente creación del Fondo para la Internacionalización de las Empresas (FIEM representa una verdadera alternativa de financiación de exportaciones en el mundo privatizado de hoy en día.
Estas reflexiones nos conducirán, inevitablemente, a preguntarnos si la actual estructura del sistema español de financiación de exportaciones es la más adecuada para los tiempos que corren, en primer lugar, y también para los que se nos vienen encima. Así, hemos de debatir, por primera vez en mucho tiempo, asuntos como si se ha de privatizar CESCE, si esta privatización ha de ser total o parcial; o si, por el contrario, hay que nacionalizarla completamente, vendiendo el negocio que, hasta ahora, desarrolla por cuenta propia; o si lo que hay que hacer es fusionar a CESCE con la sección del ICO que se ocupa del CARI para crear un Eximbank. Hemos de analizar y discutir si, en el mundo financiero que alumbrará Basilea III, hay todavía lugar para el fondeo privado del crédito a la exportación a medio y largo plazo o si, por el contrario, las condiciones que esta nueva normativa imponen la generalización del fondeo público para este tipo de operaciones.
En definitiva, está claro que, desde un punto de vista de demanda de crédito para la financiación de exportaciones, el mundo actual puede asemejarse, con determinados matices, al mundo previo al de la última reforma sustancial de la normativa internacional en materia de crédito a la exportación con apoyo oficial, esto es, el llamado Paquete de Helsinki, que data de 1992. Sin embargo, desde el punto de vista de la oferta, hemos de intentar responder a la pregunta si la estructura pública está en condiciones de atender a la demanda de crédito a la exportación de unas empresas españolas que van a pasar a depender del mercado exterior para mantener sus estructuras productivas y sus niveles de empleo. En este sentido, un análisis pormenorizado del mercado interbancario, del mercado del reaseguro y de las posibilidades de financiación del circulante de las empresas españolas, parecerían desmentir esta tesis. A mayor abundamiento, la situación de la tesorería pública española también tendría una diferente valoración, aún teniendo en cuenta dos importantes características diferenciales de estos instrumentos financieros de fomento de la exportación:
1. A excepción del CARI, presupuestariamente responden a simples variaciones de la posición activa del Estado y, por consiguiente, en el corto plazo, no generan gasto público, por lo que las actuales restricciones presupuestarias no deberían, en estricta lógica, afectarlas.
2. En el largo plazo, la experiencia de los últimos diez años demuestra que, desde un punto de vista estrictamente presupuestario y sin entrar a valorar los efectos sobre la recaudación de la actividad económica generada, han generado sustanciales ingresos para el Tesoro Público, a través del servicio de los correspondientes créditos y del ajuste de intereses del CARI, la única subvención pública que, paradójicamente, ha generado ingresos para el Estado.
Por consiguiente, parece claro que el ejercicio de reflexión propuesto tiene bastante sentido en la difícil coyuntura en que nos encontramos y más si tenemos en cuenta que el ajuste y, si procede, renovación de estos instrumentos no es un ejercicio absoluto sino relativo, esto es, no se trata, únicamente, de ofrecer mejores condiciones financieras a los clientes extranjeros de las empresas españolas sino, sobre todo, de ajustar nuestra oferta a las condiciones ofrecidos por nuestros competidores e impedir que, por efecto de ofertas financieras con apoyo oficial más atractivas que las nuestras, las empresas españolas se vean expulsadas de determinados mercados. Tan sencillo y, a la vez, tan complejo como esto.
Pero, incluso lo que es tan obvio exige una iniciativa política. Una iniciativa política capaz de tener una visión estratégica de la estructura económica resultante de la crisis económica y financiera actual. Una iniciativa política consistente en el reconocimiento de que la competitividad es una prioridad de la política económica, en el marco de una crisis de demanda con fuertes restricciones presupuestarias. Una iniciativa política consistente en la clara identificación del papel que los instrumentos públicos de fomento de la internacionalización juegan, dentro de la política de competitividad, en otros países y, por ende, han de jugar en el nuestro. Una iniciativa política dispuesta a analizar y debatir las alternativas de reforma de las instituciones existentes, en el convencimiento de que todos los agentes involucrados aportan valor añadido.
La ausencia de esta iniciativa política y de un análisis realista y, sobre todo, estratégico de las prioridades de inversión condena al inmovilismo, a la decadencia de la desatención, a la acumulación de herrumbre y, en última instancia, a la inutilidad, desde una perspectiva de servicio público; exactamente igual que el quiosco del frontón de Balmaseda, que languideció, hasta su derrumbe, sin dar cobijo de la lluvia vizcaína a compás alguno.